x Fesal Chain
Poeta, narrador y sociólogo

A nuestro querido padre y hermano Víctor Jara, que para los chilenos y chilenas y hombres y mujeres del mundo de buena voluntad, es y seguirá siendo el cantor, el director de teatro, el creador sencillo y el hombre sensible y bueno que hizo grande a Chile y al que seguimos añorando y amando por siempre. En este día, en que se empieza a hacer justicia y comenzamos a conocer a sus asesinos,que nos quitaron su presencia física, pero jamás la fuerza de su amor, de su espíritu y de sus ideas.



"Voy soñando, voy caminando, voy
en la arena dejo mis huellas, voy
y el mar me las va borrando, voy.
El viento sube a los cerros,
con el viento mis recuerdos,
corriendo al cerro El Aromo
pelota de trapo al cielo,
corriendo vuelvo a la casa,
mi madre siempre cosiendo,
mi padre donde estará.
"

Víctor Jara, En algún lugar del puerto


Año de 1980, mi padre cumplía los cuarenta y dos, siete años del golpe, yo catorce años apenas. Cuál sería el regalo,cuál, acostumbrábamos en la familia a regalarnos libros o música, de esos cassettes baratos, recién inaugurados en un Chile que comenzaba a pavonearse en las vidrieras escandalosas de Las Condes.

En pleno barrio alto una casseteria extraña en avenida Apoquindo, fuimos con mi padre, él ya había ido antes, muchísimo antes. Esa tarde conversamos con un hombre muy cálido, un hombre que no pertenecía a esos tiempos de frío y de miradas distantes de la Patria dividida, que tenía infinidad de música en las vidrieras y estanterías. Eramos sus "clientes", sin embargo, con una mirada cómplice al poco rato nos invitó a una pieza más atrás, abrió la puerta y allí sí que había material y tanto, grabaciones de un sello recién salido y otras importadas de países todavía inexistentes para mí.

Me acuerdo de una grabación en especial, "Chile-México Solidaridad", la cara de Allende en la portada, los discursos del Chicho en su gira a México, también de un libro de toda la historia de Los Beatles, en inglés. Y de un pequeño cassette, con la cara de Víctor Jara sonriendo y cantando a la vez, con el fondo de tierra anaranjada.

Me lleve los dos primeros. El libro me lo regaló aquel hombre, no me lo vendió. Lo perdí en la década de los 90, el cassette del Chicho, lo escuche completo, con fonos, con miedo, con un cuidado casi clandestino y había que devolverlo, era peligroso tenerlo en la casa. El cassette de Víctor quedó allí. Yo volví sólo un par de veces a aquella tienda, la primera para comprar ese cassette que había quedado arrumbado en la pequeña pieza y lo compré, fue el primer regalo que le hice a mi padre con plata ahorrada. La segunda vez fui con un amigo y el local ya no estaba, no había nada, sólo era un espacio vacío. Vacío como me sentí aquella tarde fría, con mis ganas de volver a encontrar a ese hombre.

Yo no sé si era él, pero todo indica que sí: la colección infinita de esa música prohibida, a todas luces traída del extranjero a contramano de aquellos que nos vigilaban día y noche, otra enorme, de música de los 60, 70 y de algunos grupos nuevos de los 80, bajo el sello Alerce. No sé si era ese hombre, que después de adulto comencé a conocer en historias y documentos. Pero creo que todo indica que era él, Ricardo García, que como buen disjockey, me enganchó con los Beatles, lo mejor de la historia de la música moderna y popular, con Allende, lo mejor de la historia de un país que soñaba y marchaba raudo y con Jara, lo mejor de la historia de la música popular chilena de nuestros últimos 40 años.

Ese fue mi primer encuentro con Víctor, de la mano de mi padre y de Ricardo García. El cassette lo llevé a la casa de un amigo como un tesoro muy preciado, para escucharlo primero, a ver si estaba bien grabado. Lo escuchamos entero,varias personas, algunos jóvenes y otros más viejos. Eran sus últimas canciones: Manifiesto; Cuando voy al trabajo: Cuando el turno termina /y la tarde va /estirando su sombras /por el tijeral /y al volver de la obra /discutiendo entre amigos /razonando cuestiones /de este tiempo y destino, o El pimiento: Debes seguir floreciendo/como un incendio. En el lado b, aún existía el lado b, una interpretación, de música instrumental de Víctor, por Cherubito y Dávalos, en guitarra.

Aún recuerdo que por las calles, llevábamos el cassette, en un actitud quizás sobre actuada, escondido en una mochila entremedio de poleras y trapos, en la casa de mi amigo yo le pasé al plástico limpia vidrios para que brillara la portada con la sonrisa de Víctor. Fue en un 12 de octubre de 1980 cuando se lo regalé a mi padre, se lo di con el amor de un hijo que celebraba su cumpleaños y que sin decirlo, reconocía en él a la sufrida generación de Víctor.

A Víctor seguí escuchándolo en la universidad, año 1985, en aquella combativa e incendiaria UCV, la que todos y todas defendíamos como la madre de las Universidades rebeldes, la primera de la Reforma y la primera de la Rebelión. Yo no era yo, era otro y ella que ya no está, me regaló un cassette de Víctor, que aún existe, con su recital en la Universidad Católica de Valparaíso en el año 1971 o 1972. En ese que conversa con los estudiantes, con su voz proleta, campesina y tira tallas. Algo así como "lo que pasa con los pelos largos es que se le enredan cosas, que andan en el aire, o de a poquitito, de a poquitito, vamos llegando" en una directa alusión al proceso de la UP y su defensa de la política del Partido Comunista. O cuando presentó su Plegaria a un Labrador como ganadora del Festival de la UC y se quedó a medio camino de pura humildad y dijo: bueno salió ganadora y ya... Ese cassette estaba todo cortado y arreglado con scotch y en el lado b, todavía habían lados b, la voz de ella, la que ya no está, cantando una canción de Víctor, con su guitarra de siempre,la que llevaba al Campus, cuando andaba con su Tau al pecho.

Seguí escuchando a Víctor en las poblaciones de Santiago, en el glorioso San Miguel por ahí por el 86, en plena etapa de la Asamblea de la Civilidad y cuando los "viejos" de los sindicatos se reunían en la noche, en alguna casa pobre, en el barrio de viento de Ricardo, preparando el gran paro nacional. Cerca. cerquita estaban Las Industrias y Madeco. Ahora el barrio se llama San Joaquín, ya no es el de antes. Ahí escuchaba María, abre tu ventana, Vamos por ancho camino, mientras Ricardo mudaba a su hija y yo lavaba mi ropa, después de varios días de reuniones y de no llegar a la casa.

El 86, el año decisivo me pilló en Avenida Matta, con Víctor de fondo nuevamente: Si tuviera un martillo, golpearía en la mañana, golpearía en la noche, por todo el país, y para ser sincero a pesar de mi voluntad de fierro y de mi aporte en la lucha en los sindicatos, en la calle y en las poblaciones más algunos trabajitos, yo aún un joven de tan sólo 20 años recién cumplidos, andaba entre Tongoy y Los Vilos y le preguntaba al dueño de casa por qué era el año decisivo, por qué esa calcomanía pegada en el baño. Lo supe al otro día cuando en la micro temprano, yendo a la U, escuché en la radio lo del tiranicidio, frustrado pa` más recacha, la Cuesta/creerlo, le puso el pueblo.

En La Florida, Víctor nos acompañó en las marchas del hambre, o en las convivencias en un patio de tierra y asados con leña, con más vino que carne. Ven, ven conmigo ven, vamos por ancho camino, así nos sentíamos, mi generación la que tenía la oportunidad de vengar a nuestros padres, al mío, devastado por la muerte del Presidente, al de mi mujer y sus amigos, sin poder volver a este Chile torrentoso y triste, rumiando con las maletas listas, las empanadas de pino, el chancho en piedra y una cueca porteña.

Pasaron un par de años y cuando cuidaba por las mañanas a mi primera hija, le ponía una canción de Víctor: Gira gira girasol, gira gira como el sol, La Fernanda se reía mucho y miraba el techo con móviles mientras Víctor rondaba la pieza. Luego llegó Elías, al que le gustaban las canciones de protesta: Los estudiantes chilenos y latino americanos, se tomaron de las manos mandandirun dirun din. Y ahí, justo en esa parte de la canción, nos tomábamos de la mano la Fernanda y Elías y jugábamos a una ronda triste.

No hace mucho , comencé a escribir un libro sobre Víctor, elegí las canciones que a mi parecer más hablaban de él mismo, de su sinceridad como ser humano, de su soledad, de su tristeza y de los tiempos que le tocó vivir, VÍCTOR /VICTORIA lo había titulado. Eran cerca de 25 poemas. En un accidente informático perdí ese material, quedaron algunos poemas dispersos: el de Quillón que recrea su música incidental para teatro. O aquel titulado Víctor, que habla del Barrio Mapocho, él anduvo cerca, por acá en La Herminda de la Victoria, a partir de esa toma heroica hizo su disco La Población. Me da pena haber perdido ese trabajo, fue casi un año de investigación, incluso había diseñado las portadas con una foto de Víctor salida en un Diario del puerto de Valparaíso. Elegí entre muchas otras: Abre tu ventana, no basta nacer, crecer, amar, para encontrar la felicidad. La luna siempre es muy linda: No creo en nada /sino en el calor de tu mano /con mi mano, por eso quiero gritar: No creo en nada/ sino en el amor/ de los seres humanos. Paloma quiero contarte: Como quitarme del alma/lo que me dejaron negro,/ siempre estar vuelto hacia afuera/para cuidarse por dentro.

Y una anécdota, quizás rara, quizás risible, o quizás esperanzadora. En los tiempos en que por mala o buena suerte, vaya uno a saber, vivíamos con mi familia en una Villa Militar en plena Dictadura, y con ese cassette regalado a mi padre en un personal estéreo como se le decía a esos aparatos, iba yo caminando de noche cruzando mi plaza. Me encontré con un vecino, llamémoslo José, hijo de un militar funcionario del régimen, él ahora es militar. Y en un rapto de sinceridad peligrosa, le puse los fonos para que escuchara Manifiesto, José me me observó con calma, extrañado, yo nunca había hablado de Víctor ni de mi mirada política, fui siempre en ese barrio, un mudo, pero no un sordo, ni ciego a la barbarie y sus protagonistas, de eso hablaremos más adelante y de los "ilustres" vecinos y sus "humanidades". José no me dijo nada en un principio, sin embargo, se sentó en un pequeño banco de la plaza y murmuró: Ese hombre nunca debió haber muerto, nunca...

Yo ahora tengo cuarenta y dos, y recuerdo en la penumbra de esta pieza no tan distinta a las mismas piezas que he habitado en mi periplo por el barrio largo y angosto llamado Chile, la interpretación de nuestro Víctor de aquella canción escrita por Eduardo Carrasco, "Solo" y con esta canción me acuerdo de él, imaginando sus últimas horas y también nuestras últimas horas como chilenas y chilenos esperanzados y alegres: Con el alba en la mirada /dijiste adiós y te fuiste /y se nublaron mis ojos /sin dejarme ver los tuyos.


1 comentarios:

Gracias Fesal por tantas anécdotas e historias conmovedoras empapadas con ese gris terrorífico de la dictadura que se vivía en esos tiempos por America Latina, pero que reflejan aún mas el significado de Victor Jara, sus maravillosas canciones y sobre todo ese espíritu combativo.

Un saludo desde Argentina.

M Melchior dijo...
3 de junio de 2009, 0:33  

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El Peón de la Jara - Por: MUI